Pinchar aquí para escuchar: Entrevista de radio.
Comencé mi reportaje fotográfico en diciembre del 2004 en el Penal
número 33 de Los Hornos, La Plata. Elegí una cárcel de mujeres porque
creía que sería más fácil acercarme, escuchar sus historias, conocerlas.
Me causaba mucha inquietud saber cómo era la vida en la cárcel y cómo serían esas mujeres que terminan ahí.
Tenía
muchos prejuicios al empezar este trabajo, pero algo cambio en mí; dejé
de ver y empecé a mirar y, en un momento, dejé de ser libre y empecé a
ser parte de ellas.
Las rejas, las presas, el encierro, el
castigo, no es eso lo que quise mostrar. La cárcel encierra cientos de
historias tristes, historias de abandono, de maltrato. Quise hablar
sobre estas mujeres, tal como las vi, tal como se mostraron, tal como
son.
MATERNIDAD
Trabajé en los pabellones de maternidad, donde conviven 63 niños hasta los 4 años de edad junto con las prisioneras.
Niños
que nacen en prisión y que nunca han visto la luz más allá de las
rejas. Que no saben lo que es un animal o un auto, ni todo lo que sea
más allá de ese encierro. Son niños que no sonríen.
Me
entristecía al escuchar que la primera palabra que aprenden es
"celadora" y ver cómo sus madres cortan su comida con los dientes, por
falta de cuchillos.
Y que el día de su cuarto cumpleaños es el
día mas doloroso para las madres porque sus hijos deben partir, con su
familia o, en el caso de no tenerla, a un instituto de menores.
La
mayoría de las mujeres del penal tienen el juicio pendiente, es decir,
aún no tienen sentencia por ningún crimen. En las cárceles de la
provincia de Buenos Aires, alrededor del 12 por ciento de las 780
mujeres prisioneras está embarazada o vive con sus hijos en la prisión.
En
promedio, las mujeres con hijos pasan un año y ocho meses en prisión, y
más del 70 por ciento está acusada de crímenes relacionados con robo o
la posesión y venta de drogas, según un informe de la comisión de
derechos humanos de la provincia.
Mi intención fue dejar
plasmado en fotografías lo que estas mujeres son y desean ser. Llegar a
transmitir con imágenes el sentimiento de la persona que está presa.
La
soledad, el lesbianismo como una forma de sentirse queridas, el auto
flagelo y los intentos de suicidio, heridas en los brazos que piden
atención a gritos.
Quería reflejar el uso de las drogas para evadirse, la maternidad, la vida siempre limitada, la falta de libertad.
Pasé
largas horas en el interior del penal. El acercamiento no fue sencillo,
pero con paciencia y después de mucho tiempo logré la confianza de
estas mujeres. Esto me abrió las puertas para sentirme libre dentro de
este encierro.
Solo así pude captar los sentimientos que rondan
las celdas y los pasillos de este lugar. Dejar de ser un agente externo
para llegar a ser parte del grupo y captar la naturalidad del lugar, su
cotidianeidad y llegar a los momentos de más intimidad.
Involucrarme
en este trabajo me hizo compartir su dolor, sus sueños, y que mis ojos
vieran desde su lugar, que mi mirada fuera la suya.
Sacar a la luz estas imágenes fue mi manera de hacerlas libres.
Por: Carolina Camps
http://www.clarin.com/diario/2008/03/11/conexiones/t-01625519.htm
(Hacé click en Maternidad Mutilada, para ver las fotos de Carolina Camps

Eugenia Diaz :
"Nueve
presos vascos superan los 65 años y tres de ellos tienen más de 70
años, límite para beneficios carcelarios de difícil acceso en su caso.
Siguen dispersados a cientos de kilómetros de sus domicilios y expuestos
a un régimen penitenciario particularmente hostil, al dictado de
impulsos claramente políticos. GARA se reunió en Bilbo con un grupo de
familiares que comparten una realidad en común:
sus allegados, con edades que superan los 65 años, han pasado otra vez
las navidades en prisión. Tal como resaltan, hace un año vivieron
momentos de esperanza, pero nada ha cambiado de muros adentro y, si lo
ha hecho, ha sido a peor. «Ahora que otras `violencias' se han
desactivado, un gesto con los presos enfermos y mayores sería un buen
test para demostrar un pelín de humanidad», destacan. Familiares de
Patxo Murga, Pablo Gorostiaga y Txente Askasibar, enviados a prisión por
el proceso 18/98, comparten la reflexión de que los efectos de la
estancia en prisión pasan factura siempre, pero el desgaste es más
acentuado a edades avanzadas, en las que también su realidad social y
familiar está en relación a esos años. Si a esa situación se añade la
dureza con la que particularmente se les aplica el régimen carcelario,
el impacto de su detención a esas edades en base a imputaciones
políticas, la estancia primero en prisión preventiva y posteriormente la
salida de prisión, hacer frente a elevadas fianzas, la incertidumbre
durante la asistencia a un proceso judicial que se alargó durante más de
un año de peregrinación semanal a Madrid y una sentencia condenatoria
de índole político, «estamos hablando de años de tensión, incertidumbre,
impotencia... y de injusticia», resaltan sus allegados. Sus casos son
percibidos como «una grandísima injusticia» entre gente de diferentes
ideologías políticas, según remarcan, «porque en las actuales
circunstancias políticas, con su edad, habiendo cumplido las dos
terceras partes de la condena, mantenerles en prisión es venganza pura y
dura». La realidad que viven ligada a su edad es una circunstancia que
pasa desapercibida ante casos de enfermedades muy graves. Mantienen que
sus propios familiares anteponen la situación de los enfermos a la suya
propia. «Los días no corren igual cuando tienes cierta edad, ni tus
expectativas de vida son las mismas y todo tu entorno familiar y de
amistades también está en relación a tu edad», explica Xabi Gorostiaga,
hijo de Pablo Gorostiaga. Las compañeras de Patxo Murga y Txente
Askasibar, Begoña Zenarruzabeitia y Otule Garai, abundan sobre esta
reflexión y, por ejemplo, llaman la atención sobre los efectos en
amigos, que están condenados a hacer cientos de kilómetros al volante...
En medio de preparativos de celebraciones navideñas, ellos intercambian
noticias de traslados, planes de visitas y «vis a vis» que arrancan de
víspera o de madrugada, para retornar a última hora de la tarde en medio
de horarios y condiciones diferentes y variables en cada centro
penitenciario. Entrando en su realidad personal, estas fiestas no son
más que la constatación de las ausencias, que en cada hogar se llevan
como se puede. El recuerdo, desde luego no falta; se repiten los
brindis, se intensifican las comunicaciones en los pueblos y, en el caso
de los Gorostiaga, cuentan que con los más pequeños se han buscado el
recurso de salir a ver la luna, una vista que comparten con aitite más
allá de la distancia. «Lo malo es cuando está nublado», bromea Xabi. El
colectivo de profesionales sanitarios Jaiki Hadi hizo público en 2012 un
informe en el que destacaba que las trabas para acceder a la libertad
están haciendo que la medida de edad de los presos políticos vascos se
dispare y, con ello, los años acumulados en prisión, con las
consiguientes complicaciones médicas. Resaltan que, si al factor edad se
suma el endurecimiento del Código Penal y del reglamento penitenciario
en base a motivos políticos, el impacto sicológico es mayor,
especialmente si la noticia del alargamiento de la estancia en prisión
se notifica en el momento de la extinción de condena, porque entre sus
efectos está la ruptura del equilibrio personal y las expectativas
vitales. El calor de la solidaridad Arantzi Plazaola, compañera de
Sebastián Etxaniz, de 69 años de edad y preso en la cárcel asturiana de
Villabona, cuenta que las navidades se afrontan «como se puede». Ayuda
el calor de la solidaridad de familiares, amigos y vecinos del pueblo
que estos días se vuelcan sobre quienes faltan. Reconoce que, aunque
Sebastián no tiene problemas serios de salud, no se pueden pasar por
alto los riesgos que aumentan con la edad. Aun así, apunta que hay
situaciones tan graves en prisión que él sitúa por delante de su
realidad personal la de los compañeros enfermos. «Primero que salgan los
enfermos, luego los viejos, suele decir», cuenta su compañera, que
añade el deseo de que todos abandonen la cárcel en un futuro próximo.
Otule Garai es compañera de Txente Askasibar, bilbaino de 68 años. En su
historial médico figura que padece de cataratas en un ojo, en un estado
tan avanzado que prácticamente ha perdido la visión. Sospecha que
también el otro ojo está empezando a estar afectado de cataratas.
Askasibar pidió hace año y medio una consulta con el oftalmólogo que aún
no ha llegado, «y ahora, como le han cambiado de módulo, tiene que
volver a repetir toda la tramitación de la petición de consulta»,
explica su compañera. «Necesita operarse pero en las circunstancias en
las que está...», deja en el aire Otule. También está siendo tratado de
una micosis en la lengua, aunque Otule admite que lo que más le preocupa
es el problema de visión. «Temes que un día tenga una caída o un gran
golpe», y añade que aunque su estado de salud no revista la peligrosidad
de otros reclusos con enfermedades graves, «son edades en las que a uno
le hacen pensar `y si le pasa algo por la noche... cómo va a estar
atendido'...». «Aunque no estés enfermo van empezando los achaques de la
edad y eso en la calle igual no se nota tanto, pero en prisión es mucho
más duro. Lleva cinco años y medio y le quedan tres; tres años para
gente de 70 años son muchos años», remarca. Su mensaje es
tranquilizador. «Txente nos dice siempre que lo pasemos bien, que no
pensemos en nada, que disfrutemos, que ya llegará el día», cuenta Otule
reprimiendo las lágrimas, y agrega que en plenas fiestas las visitas no
cesan, a pesar de que el periplo arranca a las cinco de la madrugada y
le traerá de vuelta a casa después de las seis de la tarde, para asistir
a un «vis» de dos horas. «Que la gente lo sepa» La situación de Begoña
es especialmente cruda. Tiene a su hijo, Andoni Murga, a su compañero,
Patxo Murga y a su cuñado, Isidro Murga, en prisión. Patxo tiene 68 años
de edad y, aunque su salud es en general buena, Begoña cuenta que el
laudioarra tiene problemas de hipertensión, por lo que está siendo
tratado. Tiene controles sobre el corazón, por los riesgos asociados a
la hipertensión, además de una prostatitis que tuvo en el pasado. Esas
dolencias le llevan periódicamente al hospital, sí, pero «esposado, en
furgón policial y acompañado de otros reclusos, lo que alarga durante
horas el paso por el centro hospitalario, en condiciones de extrema
seguridad». «La estancia en prisión con los años que tiene no le
beneficia en nada», opina Begoña y Xabi Gorostiaga tercia en la
conversación para expresar que, ante situaciones sangrantes que se dan
en prisión, estas cuestiones pueden parecer nimiedades, pero en este
caso «tener 71 años ya es una enfermedad y si le sumamos haber vivido lo
que han vivido desde su detención...». «Que la gente sepa que hay
personas que con 71 años están todavía en la cárcel y que, más allá de
la salud, con 70 años los años corren de otra manera que con 25, el
riesgo de que les ocurra algo es infinitamente mayor y su expectativa de
vida es mucho menor», comenta Gorostiaga, al tiempo que añade un
detalle que clarifica la situación en la que se encuentran en prisión:
«mi padre duerme con un anorak puesto, guantes y gorro de lana». Otule
comenta que también Txente duerme con un abrigo sobre mantas que no le
protegen de temperaturas bajo cero. Eso en invierno, porque en verano
hay que hacer frente a temperaturas de hasta 45 grados, y los recortes
se están dejando sentir. «Nos han denegado los vises de ama» «Lo mismo
que somos conscientes de que hay presos gravemente enfermos, sin ser una
situación límite desde el punto de vista de salud, la cuestión de la
edad supone una situación de desgaste total a alguien que ya está
desgastado por la edad y que, además, sus familiares y amistades también
tienen edades a las que resulta mucho más duro viajar cientos de
kilómetros y soportar todo lo que supone su estancia en prisión»,
explica Xabi. En su caso particular, su madre tiene una enfermedad grave
que en este momento le impide viajar. «Pedimos que nos concedieran sus
`vises', el de convivencia y el íntimo, y nos los han denegado, con lo
que mi padre ha perdido esos vises y el resto de la familia, la
oportunidad de visitarle con más frecuencia», comenta. Pablo tiene seis
nietos de corta edad que le hacen llegar hasta Herrera bocanadas de
energía renovada, pero solo le pueden visitar cada tres meses y «se les
hace larguísimo», según cuenta. A este respecto, señala que esos seis
niños «no han conocido más violencia que la que se ejerce contra su
aitite, que es la que les dejará huella». Tratan de que cada viaje -les
separa de aitite 600 kilómetros de ida y otros tantos de vuelta- sea
especial para los más pequeños. «Frente a situaciones muy dramáticas, lo
de ver a los nietos es una nimiedad, pero es que lo hacen para seguir
apretando», apunta. «Aita lleva cinco años en la cárcel y no he conocido
ni un solo caso a mejor. Sigue en primer grado, `peligrosísimo', ha
pedido el cambio de módulo pero debe ser el más malo del mundo», señala
con ironía su hijo. El ritmo de viajes no varía ni un ápice en
navidades. La lejanía se combate con el calor de la solidaridad en forma
de cartas y mensajes que traspasan los muros de prisión. En casa es
momento para los brindis por los que faltan. «Mi madre cada vez que
llamaba Andoni por estas fechas lo primero que le decía es `Andoni,
etorriko zara?'», señala Begoña, y agrega Xabi que «yo de lo que estoy
cansado es de decir cada nochevieja `este año sí'». Coinciden en que en
estas fechas son muchas las personas que se acercan a interesarse por el
estado de sus familiares presos; algunas se ofrecen no sabiendo cómo
ayudar. «Te dicen eso de `si hay algo que pueda hacer' y les respondes
`lo que puedes hacer por ellos es ir a la manifestación del día 12 en
Bilbo' -concluyen- y este llamamiento incluye a la gente del PNV."

Lía Ballesteros Tauroni:
Bogotá, 15 de octubre de 2012
Solidaridad con los presos españoles en el extranjero.
El colectivo de españoles, que por un motivo u otro nos encontramos
privados de la libertad en cárceles colombianas; conscientes de
que hemos cometido un delito al que tenemos que afrontar con sus
consecuencias como dicta la ley, no solo estamos sometidos a la
privación de la libertad, sino que también estamos privados de la
dignidad como seres humanos, por el mero hecho de ser extranjeros. Nos
encontramos en una prisión en la cual existe una alimentación pésima,
referente a la cantidad, calidad y la falta de variedad nutricional.
Del mismo modo la atención sanitaria es desalentadora, donde no existe
medicación adecuada para los enfermos, el personal sanitario no está
cualificado y tenemos nuestras dudas que sean titulados.
El aforo
interno del establecimiento carcelario es de 2700 reclusos y actualmente
superamos los 7500, añadiendo esta dificultad al poco personal médico y
sanitario, que no supera entre médicos y ats con 12 integrantes.
En
muchas ocasiones no tenemos el privilegio de disponer de una tarjeta
telefónica y mucho menos de un servicio postal internacional que se nos
preste en el establecimiento penitenciario, permaneciendo de este modo
incomunicados con nuestros seres queridos. Según los derechos
internacionales de las personas privadas de su libertad, adoptada por la
asamblea general de la ONU en su resolución 43/173 del 9 de diciembre
de 1988 y actualizada en el 2003, dice: “Principio 19: Toda persona
detenida o presa tendrá el derecho de ser visitada en partículas por sus
familiares y de tener correspondencia con ellos”; y para ellos el
principio 20 dice: “Si lo solicita la persona detenida, será mantenida
en lo posible, en un lugar de detención o prisión situado a una
distancia razonable de su lugar de residencia habitual”.
El derecho
de repatriación se trata como un procedimiento administrativo y bastante
lento para nuestros intereses y de este modo justificar las mínimas
repatriaciones.
Al igual que tampoco se nos facilita ningún tipo de
útiles de aseo personal (ni por parte del INPEC ni de nuestro consulado)
necesarios para una higiene digna como seres humanos. Tampoco somos
provistos ni de colchonetas ni mantas teniendo que dormir en el suelo o
planchas de hormigón directamente. Porque según el tratado de las
naciones unidas sobre las reglas mínimas del tratamientos de los
reclusos celebrado en Ginebra en sus resoluciones de la 663 c (XXIV) del
31 de julio de 1957 y en el 2076(LXII) del 13 de mayo de 1977,
actualizado en el 2003, en su punto 16, dice: “Se facilitará a los
reclusos el medio para el cuidado del cabello y de la barba, a fin de
que se presenten en un modo correcto y respetuoso de si mismos”. Y en su
punto 19 cita: “Cada recluso dispondrá de una cama individual
suficiente a fin de asegurar su limpieza”.
Además de incumplir las
obligaciones contempladas por la resolución 43/173 referida, nos vemos
extorsionados por los funcionarios de las prisiones cada día; para todo
hay que pagarles. Por ejemplo valga lo siguiente:
1. La cama donde dormimos cuesta entre 100000 a 150000 pesos mensuales, dependiendo del pasillo donde se asigne.
2. Salir a las zonas que se nos adjudican para desarrollar estudio o trabajo cuesta entre 3000 y 5000 pesos.
3. Para ser activado en los puestos de trabajo para reducción de pena y que son remunerados, cuesta entre 400.000 y 1`500.000.
4. Los artículos dispensados en la tienda o expendio son restringidos,
vendiéndolos por mediación de terceros por los patios al doble o el
triple de su valor. Ejemplo: Un paquete de cigarrillos, en la tienda
tiene una valor de 2265 y en el patio su valor oscila entre los 5.000 y
10.000. Una bombilla necesaria para las celdas, lavabos, etc… Su valor
en la tienda es de $800 y en el patio $5.000.
5. La institución
penitenciaria prácticamente nos realiza ninguna acción de mantenimiento
en zonas como celdas, pasillos, patios, etc…Siendo a cargo y pago de los
reclusos el mantenimiento de las mismas.
6. De esta manera
podríamos eternizarnos con la relación de irregularidades que vivimos
día a día, además de la inseguridad física a la que estamos sometidos
(robos, puñaladas) en los espacio comunes con otros patios (pasillos
centrales, sanidad), zona de visitas de abogados y cualquier otra
dependencia a la que tengamos que acudir.
Por todo ellos parece
ser que en lugar de estar en un centro penitenciario, que su función
tendría que servir para nuestra reinserción a la sociedad, nos
encontramos en un centro en el que predomina la extorsión y la
corrupción por la mayoría de funcionarios que nos custodian amparándose
en la ley del más fuerte. La educación dista por su ausencia y en lugar
de personas nos tratan como animales a domesticar. Todo esto se agrava
cuando algunos reclusos con privilegios especiales colaboran con la
labor delictiva de los funcionarios.
Lo anteriormente expuesto y
otras cosas que se quedan en el tintero, pedimos la solidaridad y
comprensión de los usuarios de la red; para que pongan en conocimiento
de los estamentos oficiales y medios de comunicación con e fin de que
estas irregularidades sean subsanadas.
Así mismo pedimos disculpas a
nuestros padres, hermanos, esposas, hijos y demás miembros de la
sociedad, por el daño y el sufrimiento causado por nuestra conducta
delictiva.
Atentamente se despiden, el colectivo de presos en Colombia, centro penitenciario “La modelo” de Bogotá, Colombia.
Mas información pinchando este enlace.
Mas comentarios de interés en este enlace.
Primeras declaraciones de Alfon después de salir de la cárcel:
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